LEY Y CÁRCEL

Sandalio.org

Vamos a comenzar este apartado sobre lo muy diferente que se ve la realidad, ya sea del Sistema penal (la LEY) o del Sistema Penitenciario (la CARCEL) según sea la perspectiva desde donde cada uno las mire.

Por eso vamos a comenzar con tres artículos aparecidos en la revista CRÍTICA (nº 973, mayo junio de 2011) cuyo título “La Cárcel del s. XXI. Desmontando mitos y planteando alternativas” expone claramente lo diferentes que se ven las cosas desde los medios de comunicación y sus intereses particulares, los profesionales y su perspectiva tan variada y las personas que se implican humanamente para atender a las personas y transformar la realidad.

Comenzaremos con un artículo de Jose Luis Segovia Bernabé, que lleva el mismo título de la revista, seguiremos con otro mío sobre nuestra actividad y enfoque, y terminaremos con otro de Manuela Carmena, amiga que nos
ha ayudado en diversos temas relacionados con nuestro trabajo y el suyo.

La cárcel del siglo XXI

Desmontando mitos y recreando alternativas

Autor: José Luis Segovia Bernabé. Profesor de Ética Social y Política en la Universidad Pontificia de Salamanca (ISP-Madrid). Además, coordina el área jurídica del departamento de pastoral penitenciaria de la Conferencia Episcopal Española. Su trabajo se centra en la justicia social y la humanización del sistema penal, y ha colaborado en diversos estudios y publicaciones relacionados con la realidad penitenciaria y las alternativas al sistema penal vigente.

Con un título similar al que encabeza estas líneas, un grupo de profesores comprometidos con la realidad penitenciaria publicábamos el estudio “Andar 1 km en línea recta. La cárcel del siglo XXI que vive el preso”. El título nos lo dio un preso cuando, preguntado acerca de qué sueño le gustaría realizar una vez excarcelado, contestó que simplemente “andar 1 Km en recta”. Nos serviremos también del trabajo colectivo “Otro derecho penal es posible” que pretende la transformación y humanización del sistema penal.

Es verdad que en los últimos años han mejorado las condiciones residenciales y que se han hecho esfuerzos por hacer menos opacos los centros penitenciarios mediante la entrada de ONGs. Lo mismo se diga acerca de ciertos acentos tratamentales (módulos de respeto, disminución de primeros grados, aumento de terceros) y del empeño personal de la actual Secretaria General de Instituciones Penitenciarias, Mercedes Gallizo. Sin embargo, la realidad del sistema penal y penitenciario dista mucho de la percepción que tiene buena parte de la ciudadanía y desde luego se encuentra muy lejos de lo deseable.

La cárcel, pero no sólo la cárcel…

Una mirada elemental sobre los habitantes de los presidios nos muestra cómo la prisión sigue siendo un desagüe por el que se cuela lo que la sociedad no integra. A pesar de cierta “democratización” de la población reclusa –merced a delitos interclasistas como los de violencia de género y contra la seguridad en el tráfico–, la inmensa mayoría de los presos y presas provienen del mundo de la vulnerabilidad personal y de la precariedad social. Ello obliga a no descontextualizar la cárcel. Es el resultado final de filtros selectivos penales (en ella acaban quienes han sido previamente condenados, imputados, detenidos e investigados) y sociales (buena parte de sus involuntarios inquilinos tenía buena parte de sus derechos sociales y económicos vulnerados antes de que interviniese la maquinaria de la justicia penal). La cárcel no es culpable de los males sociales: se limita a gestionarlos y a cronificarlos.

La radiografía de la persona presa española nos mostraría a un varón (90%), relativamente joven (36,81 años de edad media), sin trabajo fijo o con trabajo de muy escasa cualificación, hijo a su vez de trabajador poco cualificado, con bajo nivel educativo y procedente de familia numerosa (más de un 80%). Algo que revela la reproducción social de los itinerarios de exclusión social es que casi una tercera parte tiene o ha tenido familiares en prisión. Esto supone que un número reducido de familias, vinculadas a espacios territoriales degradados, acumula buena parte de la clientela del sistema penitenciario.

Con esta breve aproximación se puede percibir la neta correlación apuntada entre exclusión social y control penal. En concreto, es muy preocupante el incremento de la población penitenciaria con enfermedades mentales (casi 10.000 internos tienen antecedentes). Es un hecho social muy grave que el abordaje de la enfermedad mental haya pasado del ámbito de las políticas sanitarias al ámbito de las políticas de seguridad ciudadana. Asimismo existe una significativa presencia de discapacitados físicos y psíquicos (también cerca de 1.000 internos tienen acreditada esta última situación) y, en proporción creciente, la de ancianos –incluso de más de 70 años de edad–, algunos de ellos dependientes. En definitiva, la prisión está realizando “funciones de suplencia” de los servicios públicos. Este problema tenderá a agudizarse con los efectos de la actual crisis económica si se sigue reduciendo la protección social.

Un rigor desproporcionado e innecesario

El Derecho penal es necesario sin duda. Pero se está abusando de él. No es ajena a esta política criminal la presión social y mediática. A pesar de que los delitos gravísimos son escasos (casi conocemos a las víctimas por el nombre y apellidos), se multiplica la apertura de telediarios con sucesos y tertulias que reproducen hasta la saciedad hechos luctuosos acontecidos hace varios años. Ello provoca en la población una sensación de indefensión y alarma social que no responde a la realidad. La mayor parte de los delitos tienen mucha menor entidad, aunque sus autores están igualmente entre rejas. Así, prácticamente 2/3 de los presos varones lo están por delitos contra el patrimonio y contra la salud pública. En el caso de las mujeres, se eleva a un 81%, lo que da pie a reflexiones interesantes desde la perspectiva de género. Las subidas más importantes tienen que ver con los delitos de más reciente tipificación o cuyo endurecimiento se ha abordado en los últimos años: la violencia de género y la seguridad vial.

En efecto, en España no existe un problema especialmente grave de inseguridad. Nuestra tasa de criminalidad es menor que la media de los países europeos. La tasa del 2009 ha sido la más baja de la década y en el año 2008 la tasa de delitos por cada 1000 habitantes fue en España de 46,7. La media europea está en el 70,4. En Gran Bretaña 101,6 y en Alemania 76,3 (por encima de la media). En realidad, en términos globales, la delincuencia en España presenta una línea globalmente descendente desde hace 20 años.

Sin embargo, paradójicamente, España tiene uno de los porcentajes de presos más altos de Europa, habiéndose llegado a cuadruplicar su población penitenciaria en el periodo 1980-2009. En todo caso, en menos de tres décadas se ha multiplicado por cuatro (404%) la población encarcelada, mientras el conjunto del país ha pasado de tener 37,4 millones de habitantes a contar con casi 46 millones de habitantes.

En definitiva, la población penitenciaria va aumentando exponencialmente sin responder a un incremento de los delitos. Ello se explica en primer lugar, porque se recurre cada vez más a la cárcel. En segundo lugar, porque la pena de prisión ha ido alcanzando una duración mayor. Y, además, en tercer lugar, porque con el Código Penal vigente de 1995, las penas, en más de un 80% de los casos, se cumplen en su integridad, “a pulso” como dicen los penados.

Esta tendencia no tiene por qué ser un hecho inevitable. Portugal, en los últimos diez años ha logrado revertir el proceso de incremento exponencial en la década de los 90 hasta volver a tener los mismos niveles de encarcelamiento de 1992. Aún más espectacular es el caso de Holanda, que cierra 8 centros penitenciarios por innecesarios, merced a la amplia implantación generosa de alternativas a la prisión.

Con menos fracasos de los que se supone

Según la Ley Penitenciaria, el permiso tiene como finalidad esencial la preparación para la vida en libertad. También son útiles para la atenuación de los efectos desestructuradores de la cárcel, el mantenimiento de los vínculos familiares, la búsqueda de trabajo, el inicio de nuevas relaciones personales o el contacto con asociaciones de reinserción social. Por tanto, el permiso es un reconocimiento expreso de que la persona presa sigue formando parte de la sociedad.

En cuanto al índice de no reingreso en relación al número de permisos ordinarios y extraordinarios concedidos, era de un 3,65% a finales de los setenta y en la actualidad es tan sólo de un 0,54% (5,4 por mil), casi siete veces menos. Algo parecido ocurre con los permisos de fin de semana que en el mismo período han pasado de una tasa de no retorno de un 4,3 por mil, hasta bajar a un 0,186 por mil (0,0186%). Por cierto, suele cumplirse una máxima: los centros penitenciarios que individualizan más el tratamiento, que tienen mejor definidos los perfiles de los internos y que otorgan más permisos son los que presentan tasas más bajas de no reingreso. Una vez más, el índice de fracasos en España es netamente inferior al de otros países de nuestro entorno.

Algunas graves patologías

En los últimos años, determinados grupos de presión vienen pidiendo la implantación de la cadena perpetua. Olvidan que en las cárceles españolas viven 345 personas (sin contar con las condenadas por delitos de terrorismo) que cumplen condenas superiores a los 30 años. Uno de los condenados, sin delitos de sangre lo es a casi 106 años ¡a cumplir en su integridad! por más que existan ciertos límites legales teóricos.

Las leyes de otros países que mantienen la prisión perpetua no permiten estas situaciones. En Inglaterra-Gales el tiempo medio de cumplimiento de la cadena perpetua es de 15 años. Francia establece una revisión a los 18 ó 22 años (casos de reincidencia) que no impide la semilibertad previa. El tiempo medio de cumplimiento es de 23 años. El número de reclusos con más de 30 años de pena de prisión asciende en Francia a 20; en España a 345, sin contar los delitos de terrorismo.

Por otra parte, no es aceptable el vigente modelo de primer grado (aislamiento en celda por tiempo indefinido), puesto que niega la dignidad de la persona. El Reglamento Penitenciario, recientemente reformado, legaliza prácticas como el cambio sistemático de celda, los continuos registros y cacheos, los controles cada hora las 24 horas del día, las 21 horas de incomunicación en celda, etc. Es una incongruencia que, por causas disciplinarias y como sanción, el límite sea de 42 días y por supuestas razones “tratamentales” no haya límite alguno. De este modo, la legislación permite que una persona permanezca en este régimen de aislamiento durante toda la condena que puede alcanzar los 40 años y más. Como señala el Obispo responsable de la Pastoral Penitenciaria, “las condiciones son tan duras y suponen una negación tal de la sociabilidad humana que el aislamiento debería quedar como última medida, por el tiempo mínimo imprescindible, afectado por una finalidad concreta mensurable y sometido a un máximo temporal infranqueable”.

…Y las víctimas de los delitos desatendidas

El proceso penal convencional no sólo no ofrece cauces para la expresión y satisfacción de las necesidades de la víctima sino que frecuentemente supone una experiencia dolorosa para ellas. La víctima es un “perdedor por partida doble”: frente al infractor y frente al Estado. La obsesión del sistema penal por el castigo del culpable ha dejado en el olvido el protagonismo que debe tener la víctima. En la actualidad es poco más que una “mera prueba de cargo”, un instrumento, para lograr el castigo del culpable. Las más de las veces, además de robadas, pierden dinero en múltiples idas y venidas a los juzgados, sin recibir ni información ni auxilio de nadie y a veces compelidas a asistir a las diligencias bajo amenaza de que caso de incomparecencia “serán conducidas por la fuerza pública”; ellas, ¡las víctimas del delito!

No es de extrañar que un sistema que ha sustituido el diálogo por el interrogatorio y las necesidades de las partes por el ritualismo y la burocracia, satisfaga en nada a las víctimas y que éstas clamen por una justicia que no llega y piensen que la única salida ha de venir de más penas, más castigo y más violencia institucional.

La justicia restaurativa: una apuesta humanizante

Sin embargo, frente a este modelo que sólo produce insatisfacción generalizada, en los últimos años se han empezado interesantes experiencias de Justicia Restaurativa. Es la llamada justicia de las “3 erres”: responsabilización del infractor, reparación del daño causado a la víctima y restauración de las relaciones sociales quebradas por el delito. Ya va siendo bastante conocida su principal herramienta: la mediación penal. El culpable reconoce los hechos, pide perdón a la víctima, se le facilita un proceso rehabilitador si lo precisa (p.e. un tratamiento de su drogodependencia) y repara el daño causado en la forma pactada con quien sufrió el delito. La víctima es acogida, escuchada, acompañada y finalmente reparada y aliviada en su dolor. Las mayores virtualidades del modelo se producen cuando la víctima encuentra contestación de boca de su agresor a algo a lo que el sistema penal convencional jamás respondería: “¿Por qué me hiciste esto?” Hemos sido testigos de infinidad de procesos sanantes para las víctimas y para los infractores. En este momento, se están desarrollando proyectos piloto en casi todas las comunidades autónomas y a no tardar mucho contaremos con la su necesaria regulación. Se trata, en suma, de ayudar a vivir incluso los delitos más graves como una “terrible odisea, pero una odisea ya superada” (Rojas Marcos). Y ello no mediante la impunidad, sino a través de la responsabilización, la empatía y el ponerse en el lugar del otro. La incidencia sobre la disminución espectacular de la reincidencia es otro buen argumento para profundizar en este modelo reconciliatorio tan prometedor, que minimizará el actual abuso de la cárcel.


Notas

  1. M. GALLEGO, P. CABRERA, J. RÍOS y J.L. SEGOVIA, Andar 1 km en línea recta. La cárcel del siglo XXI que vive el preso, Universidad Pontificia Comillas, Madrid, 2010.

  2. www.otroderechopenal.com

  3. En 2009, cerca de 1.400 personas encarceladas tenían más de 60 años de edad.

  4. Para ahondar en este tema, ver Julián RÍOS; Esther PASCUAL; Alfonso BIBIANO y José Luis SEGOVIA, Mediación penal y penitenciaria. Experiencias de diálogo en el sistema penal para la reducción de la violencia y el sufrimiento humano, Colex, Madrid, 20102; también se sacará provecho de Margarita MARTÍNEZ ESCAMILLA (dir.), Justicia restaurativa, mediación penal y penitenciaria: un renovado impulso, Ed. Reus e Instituto Complutense de Mediación y Gestión de Conflictos, Madrid, 2011.

Nuestra pastoral penitenciaria:
Preocupaciones y ocupaciones

Luis Sandalio

Cuando inicio un curso de formación de voluntarios de prisiones, suelo hacerlo con un cuento en el que se narra la visita a un museo de instrumentos musicales. Todo museo tiene un almacén, una trastienda no visitable. Unos niños se cuelan sin saber en dicho almacén y descubren otro mundo mucho más llamativo y extraño que el que se enseña.

Las preocupaciones radicales, que nos mueven en nuestro trabajo de voluntariado, no se refieren a los presos y a su posible voluntad de cambio y reorientación de vida: eso viene después. Lo primero es bucear en nuestra actitud y comprobar con qué criterios los estamos valorando y hasta qué punto estamos dispuestos a implicar nuestra vida para que ellos mismos descubran su valor.

Los visitantes, a pesar de la oposición del vigilante del museo, se asoman a dicha zahurda en la que se amontonan instrumentos raros y desvencijados y los padres de los niños se plantean, ante semejante maravilla, aprender a restaurarlos y pedir permiso al director del museo para hacerlo incluso gratuitamente.

La pregunta que se impone ante este planteamiento es: “¿hemos descubierto el auténtico valor de esas personas, raras y desvencijadas, que se encuentran almacenadas y fuera de la circulación? ¿Pensamos que merece la pena que nuestra vida cambie de dirección o, al menos de ocupación, para que se enfoque y empeñe en la restauración de esas rarezas?”

En la Expo-cárcel itinerante que nuestra asociación instala por ciudades y universidades, la primera parte habla del sistema penal: sus graves contradicciones y pésimas consecuencias. Su segunda parte comienza con la figura de un mismo reo, ya de espaldas, ya de frente y la pregunta: “ante las personas que han de sufrir el peso de la ley ¿tú dónde te sitúas? ¿A su espalda para ver si le han cargado bastante? ¿O frente a él para intentar comprenderlo, arriesgándote a que levante su rostro, cruce con la tuya su mirada y, si cree que puede confiar en ti, se atreva a pedirte ayuda?”

Lo más curioso de estas preguntas es que no tienen fácil ni mucho menos inmediata respuesta. A pesar de que algunas personas que se dedican al voluntariado de prisiones piensen que ya tienen la respuesta adecuada… y casi definitiva; lo cierto es que son preguntas-río. Es decir que nos introducen en un cauce siempre cambiante, que atraviesa muy diferentes paisajes y que nos arrastran, cada vez con más fuerza y profundidad, haciendo que nuestra propia vida, después de ser oportunidad de sanación allí por donde pasa, se hunda en la mar.

La forma en que nosotros entrábamos en las cárceles hace 30 años, pensando que lo importante era la buena voluntad que llevábamos de ayudar a la gente que allí estaba y hacerles más liviana la carga que les aplastaba (a unos más que a otros), poco tiene que ver ya con la labor que ahora hacemos tanto en la cárcel, como en nuestra propia casa y también en la calle.

¿Qué es lo que hemos aprendido en todos estos años?

Aunque lo más interesante sería poner nombres y apellidos, testimonios vivos de nuestro aprendizaje y de nuestra labor, como aquí no es posible, voy a intentar resumirlo:

  1. Nuestro conocimiento de las personas se ha hecho mucho más comprensivo y profundo. El trato cercano e íntimo con tantas y tan variadas, nos ha dado una amplitud de mente y de corazón para mirar limpiamente a las personas sin dejarnos impresionar por sus delitos. Hoy tenemos auténticos amigos que en su destartalado pasado hicieron terribles disparates; y sin embargo ahora ven el futuro confiando en sí mismos y en la Vida que les ha dado otra oportunidad. Nunca, sin este trato y este conocimiento, hubiéramos llegado a descubrir tan de cerca la inconmensurable capacidad del ser humano para todo lo bueno y lo malo. Esto hace que nos sintamos inmensamente ricos. También es verdad que muchas de estas personas se han dado cuenta de que no pueden rehacer su vida sin ayuda de los demás. Y esto nos hace más conscientes a nosotros de que nuestro compromiso no es una broma de tomar o dejar. Este conocimiento del ser humano concreto, con nombre y biografía, nos ha hecho cada vez más capaces de ofrecer unos sencillos esquemas de interpretación de la vida, de la propia identidad y de cómo se puede sanear lo estropeado y perdido, que sirven de ayuda a aquellos que, por sus reiteradas equivocaciones, no se entienden ni se quieren a sí mismos. Sin estos instrumentos, nuestra labor se quedaría muy coja.
  2. Nuestro trato con los presos tiene grandes ventajas respecto al trato que los profesionales (tanto de la institución como de la religión) les dan. Ellos saben que no vamos allí a ganarnos un sueldo, ni a hacerlos feligreses de una iglesia u otra… Vamos porque estamos convencidos de que tienen mucho valor y de que, a poco que se les ayude, ellos mismos son capaces de reconocerse así y vivir conforme a ello. También saben que nuestra relación con ellos no se acaba cuando salimos (o ellos salen) de la prisión; sino que continúa en la calle; pues es la Vida la que ha hecho que nos encontremos y no la cárcel ni nuestra ocupación. Por eso es tan importante que tengamos nuestras vidas y nuestras casas abiertas y todo el mundo sabe que esto no es fácil. También es verdad que somos limitados y que todavía no hay casas abiertas suficientes ni voluntarios o comunidades valientes para acoger a algunos especialmente complicados. Es ésta una de nuestras preocupaciones más urgentes que quisiéramos compartir con aquellos que la sientan.
  3. Esto nos ha enseñado que no es tan importante humanizar las prisiones como abrir caminos de crecimiento y maduración que les ayuden a ver más claro lo que van a vivir después de la cárcel. Y esto implica dos tareas: una de formación y seguimiento y otra de acogida. Si no les ayudamos a ordenar su interior para que puedan ver claro lo que quieren hacer con su vida (y ambas cosas no son fáciles) no les habremos facilitado aprender la lección que la Vida les quería mostrar. ¡Claro que algunos la aprenderán por sí mismos les ayudemos o no! Pero otros no. Para hacer esto necesitamos todos mucha y específica formación. Y esas herramientas de que hablábamos en el primer punto y los materiales de ayuda que venimos haciendo desde hace mucho.
  4. El comprender las contradicciones e injusticias del Sistema Penal y de nuestra injusta sociedad nos ayudará a no juzgarlos de nuevo; sino a comprometernos en una corresponsabilidad reeducadora y rehabilitadora capaz de generar Vida en sobreabundancia. Pero esto no será posible sin un trabajo de formación por nuestra parte que desentrañe las contradicciones del propio sistema penal y penitenciario y nos abra horizontes de una nueva forma de hacer justicia, más diversificada, más humana y en la que se vea implicada toda la sociedad. Es aquí donde más necesidad sentimos de asesoramiento y contactos con los estudiosos y profesionales que desde una mentalidad crítica y humana se plantean otra forma de hacer justicia. Estas alternativas al Sistema Penal necesitan también de nuestra implicación específica, pues no será posible una nueva forma de hacer justicia sin nuestra efectiva colaboración y la implicación del resto de la sociedad.
  5. Esto nos ha de llevar a un trabajo en el exterior de la cárcel con toda la sociedad: desde los profesionales de la justicia hasta la gente normal de la calle, pasando por los medios de comunicación, las asociaciones, los estamentos políticos… Somos nosotros, los que conocemos personalmente a los que sufren un sistema penal injusto, caro e ineficaz, que hace un daño mucho mayor del que pretende combatir o evitar, los que tenemos que trabajar para que esta situación cambie, nuestra sociedad avance y entre todos posibilitemos nuevas formas de hacer justicia más eficaces y rehabilitadoras.

La Expo-cárcel itinerante

Nuestra asociación hace este trabajo fundamentalmente con la Expo-cárcel itinerante.

Si tuviera que acabar hablando un poco del estilo con el que hacemos todo esto destacaría lo siguiente:

  • Implicándonos total y gratuitamente. Los presos que salen a nuestra casa de permiso, o en sección abierta, o en libertad condicional o definitiva… saben que no tenemos ni aceptamos subvenciones, que nadie entre nosotros recibe sueldo por el trabajo que realiza y que todos tenemos que arrimar el hombro para que esto siga adelante. Por ello, no cuesta nada convencerles para que echen una mano en las tareas de la casa o de la huerta, o en el taller de encuadernación o en la construcción de la nueva casa para agrandar el espacio y que puedan ser acogidos más.
  • Implicándose ellos en el mantenimiento de la acogida a otros compañeros, con todo lo que ello supone, experimentan por sí mismos que el ocuparse de los demás cuando están en necesidad es la mejor terapia para curar las heridas y desanudar los nudos que cada uno esconde en su interior. De esta forma se sienten más dignos y con más capacidad para reorientar su vida desde la sencillez y la fuerza inagotable que mana de nuestro interior.
  • Intentando que nuestra experiencia sirva a otros grupos de voluntariado y a otras personas sensibilizadas ofrecemos cursos de formación, la Expo-cárcel y otras publicaciones, algunas de las cuales se pueden encontrar en Sentido Sur.

 

Hemos visto muy claro que el aceptar a una persona que está en la cárcel en tu propia casa (no en un centro de acogida, no en una casa para presos u otras gentes…) es una frontera que a muchos les cuesta superar, pero que una vez traspasada, nos resitúa en una perspectiva nueva que nos hace mirar y ser mirados de una forma más humana y hace crecer la confianza y las respuestas positivas de una forma insospechada.

Para finalizar, nuestra Expo-cárcel acaba con un mural que es un dibujo de OPS en el que una persona contrahecha y con una enorme joroba va subiendo penosamente una empinada cuesta cargada de escritos, normas, códigos y sentencias… y le dice a otra que se encuentra en la misma situación: “¡No te dejes aplastar! Busca y construye caminos de vida.”

Este conocimiento del ser humano concreto, con nombre y biografía, nos ha hecho cada vez más capaces de ofrecer unos sencillos esquemas de interpretación de la vida, de la propia identidad y de cómo se puede sanear lo estropeado y perdido, que sirven de ayuda a aquellos que, por sus reiteradas equivocaciones, no se entienden ni se quieren a sí mismos. Sin estos instrumentos, nuestra labor se quedaría muy coja.

Conclusión

En definitiva, el camino de la pastoral penitenciaria es un camino de compromiso, de formación constante, de acompañamiento humano y de lucha por una justicia más humana y rehabilitadora. Es una labor que requiere implicación personal y comunitaria, que va más allá de los muros de la cárcel y se extiende a la sociedad en su conjunto, buscando siempre la dignidad y el valor intrínseco de cada persona.

Entrevista con Manuela Carmena

Por Virginia Fernández Aguinaco

“Cuando empecé Derecho, me quedé impresionada: todo tenía que ver con la pobreza, con situaciones de injusticia… entonces pasé de casi obligada a vocacional…”

Le he preguntado por el grupo Jueces para la Democracia y qué sentido tiene; me responde recordando el momento fundacional: «Llegué a la carrera judicial al filo de la democracia y los jueces y magistrados que ejercían en aquel momento habían desarrollado su tarea con el régimen anterior. Yo no era muy partidaria de esta denominación porque entendía que nosotros, que nos considerábamos de izquierda deberíamos definirnos de otro modo, ‘izquierda judicial’ por ejemplo ya que era lógico que hubiera distintas ideologías entre los jueces y nosotros no teníamos que apropiarnos de la democracia porque teníamos que actuar, unos y otros en el marco de una constitución democrática. Pero la constitución tuvo que ir calando en la sociedad… Al final, el nombre, veinticinco años después, tenía sentido porque queríamos llevar la democracia a las últimas consecuencias con una justicia que fuera igual para todos.»

–¿Dices que empezaste a ejercer al filo de la democracia?

–Exactamente en noviembre del 79 decidí hacer las oposiciones. Yo estaba bien de abogada laboralista, apoyando a los sindicatos, pero cuando Comisiones Obreras ya es un sindicato legal se empieza a plantear que los abogados que estábamos en esos despachos nos integráramos como funcionarios pero a mí eso no me convencía y pensé que estaría mejor hacerme juez… llevaba mucho tiempo queriendo que se hiciera justicia y bueno ¿por qué no hacerla yo? La verdad es que no tenía ni idea de cómo y me preocupaba que tal vez contaran mis antecedentes, pregunté a un magistrado amigo que me tranquilizó en ese sentido y me orientó, estudié, me presenté y aprobé. Empecé a ejercer de juez en 1981.

–¿Por qué te preocupaban tus antecedentes?

–A mí me gustaba la literatura, yo quería ser escritora, pero mi padre era un hombre con mucho sentido práctico y me empujó a hacer otra carrera como Derecho. Empecé y realmente me quedé impresionada. Todo tenía que ver con la justicia y con la preocupación por los pobres y por la situación de injusticia. Y eso yo lo había vivido desde una vertiente religiosa, estudié en un colegio de religiosas en el que nos llevaba a dar catequesis a Vallecas. Volvía a casa preocupada y tenía muchas discusiones. Cuando llegué a Derecho me interesó que se podían hacer cosas a favor de los pobres con aquella carrera. Luego, cuando acabé los estudios ya había entrado en el Partido Comunista y es que los compañeros más reivindicativos, más preocupados por los temas sociales eran los del partido comunista así que al final estabas ahí entre ellos… Y justo cuando acabé, Comisiones Obreras había decidido buscar un grupo de abogados que estuviéramos ayudándoles…

–Entonces ¿fuiste testigo de la matanza de los laboralistas de Atocha?

–Estaba allí. Eran dos despachos en los números 49 y 55, yo trabajaba en el 55. Por una serie de circunstancias estaba en aquel momento en el otro despacho. Oímos las ambulancias, llamamos por teléfono… no lo cogían. Así que fuimos hacia el local y cuando estábamos llegando, una señora de un bar que nos conocía nos dijo, iros que os están matando a todos. Claro, no nos fuimos y lo que vimos fue que sacaban los cuerpos de los compañeros asesinados, ya estaba allí la policía. Todo esto sucedió a la media hora de haber salido yo de allí para ir al otro despacho. Es de esas cosas… estoy aquí por pura casualidad. Estaba embarazada de mi segundo hijo y cuando nació el niño fue una sensación emocionante porque habíamos sobrevivido los dos. Es un impacto tremendo… no se olvida nunca…

–¿Y cómo llegas a la Comisión de Naciones Unidas?

–Una ONG americana había conectado conmigo cuando era jueza de vigilancia penitenciaria porque querían visitar las cárceles de España y sobre todo conocer la función de los jueces de vigilancia. Yo les llevé a la cárcel en la que trabajaba y cuando íbamos como a la mitad de la visita, el director vino absolutamente demudado a comunicarme que Instituciones Penitenciarias había denegado la visita y que no era posible que yo me hiciera acompañar. Me planté y dije que esos señores me estaban acompañando y que iban a seguir haciéndolo, etc. Total, que el Director General lo denunció, me abrieron expediente, bueno luego se archivó. Pero del incidente surgió una relación muy amistosa con los miembros de aquella ONG y fue una de ellas la que me sugirió que me presentara para formar parte de la Comisión. Claro, necesitaba algún apoyo del Gobierno que en aquel momento era el de Aznar. La entonces Ministra de Exteriores Ana Palacio se volcó en ayudarme. Sabía cuál era mi ideología y que en ese sentido no teníamos nada en común, pero me dijo que yo era una persona honrada y que podría hacer una buena labor. Y así tuve seis años de experiencia estupenda.

–¿Y en qué consiste esa labor? ¿Sirve para algo?

–Pues se trata de resolver expedientes, visitar, ponernos en contacto con personas en situación de prisión arbitraria, pedir informes a los gobiernos… algo así como un defensor del pueblo. Es más la presión moral que la capacidad ejecutiva. Sirve en la medida en que, en relación con los Derechos Humanos, a los gobiernos no les gusta verse señalados.

–A mí me parece que a muchos gobiernos le importa un comino, fíjate los chinos.

–Pues no puedes imaginarte lo que luchaban los chinos para que no les sancionáramos y se han conseguido muchas cosas, por ejemplo desde ni tan siquiera admitir que pidieras informes a mandártelos a la primera solicitud. Con los chinos, en concreto, me di cuenta de hasta qué punto los derechos humanos son muy occidentales. Para nosotros son unos conceptos absolutamente acuñados, pero es que en otras partes del mundo ni se les pasa por la cabeza. Recuerdo el caso de un intelectual profesor de universidad que estaba preso y nos relató cómo le habían interrogado con torturas para que declarara. Claro, nosotros a las autoridades les dijimos que eso era inadmisible y su respuesta fue como de sorpresa: “¿Pero es que los presos no tienen la obligación de responder?” Entonces explicamos cómo en los códigos occidentales los detenidos tienen derecho a no declararse culpables y a guardar silencio y ellos se quedaban asombrados porque no pueden concebir que eso sea un derecho. A veces no nos damos cuenta de que queremos aplicar algo que ellos no pueden ni siquiera concebir. Para otros países el derecho a la autodeterminación va en contra de la unidad de la patria y plantear que alguien tenga derecho a reivindicar de forma pacífica su independencia les parece algo sin sentido… Se necesita un tiempo para que los Derechos Humanos, que son muy occidentales, vayan calando.

–Pero están suscritos por la mayoría de los países.

–La Declaración Universal es Universal independientemente de que la suscriban o no y a los pactos muchos países ahora sí van sumándose. Ahora mismo no recuerdo si en China está suscrito el Convenio de los derechos de las personas acusadas. España y México, por ejemplo, lo han suscrito y tanto en un país como en otro, si se les acusa de estar violándolo reaccionan como panteras. Por otra parte, hay países muy desordenados administrativamente. China tiene una burocracia perfecta: cuando respondían daban todos los datos con la mayor exactitud, pero hay otros muchos países en los que ni siquiera saben el nombre de los detenidos o su edad o antecedentes.

–¿Cómo se explica que haya cárceles en las que están personas de las que, literalmente, “no consta delito”?

–Ese es un tema tremendo que ocurre con los inmigrantes. Lo que más me ha preocupado cuando he hecho visitas internacionales es la privación de la libertad a los inmigrantes. Y el Parlamento Europeo no facilita nada las cosas, la circular del verano de 2008 es muy ambigua. El convenio de Derechos Humanos europeo es el menos claro en este sentido. Yo tengo la postura firme de que no puede ser así, pero te digo que es una lucha difícil. Están también los “presos por razones de seguridad”. Hemos encontrado infinidad de situaciones anómalas. Por ejemplo, la ley española permite el internamiento de los inmigrantes durante sesenta días. Yo planteo que es absolutamente ilegal, pero con el pretexto de que se está gestionando su expulsión a veces pasan los sesenta días y siguen en prisión. O todavía peor, los liberan para inmediatamente volver a detenerlos otros sesenta días.

Otros están en el centro de internamiento de extranjeros de Carabanchel que es como una cárcel pero encima mala, porque no tiene tratamientos, no tienen visitas, no tiene condiciones… Y muchos políticos miran para otro lado.

–¿Y no es también injusta la prisión preventiva?

–El plazo normal es de dos años; en circunstancias especiales se puede prolongar cuatro años. A los cuatro años hay que dar la libertad, salvo que esté ya juzgado en primera instancia y esté esperando el recurso de segunda instancia, en ese caso puede estar hasta la mitad de la pena que se les haya impuesto en la primera instancia. Pero si han pasado los cuatro años y no hay siquiera una resolución en primera instancia entonces deben quedar en libertad inmediatamente. La ley dice que la prisión preventiva tiene que ser excepcional lo que ocurre cuando son delitos de sangre, por ejemplo. Uno de los últimos casos que tuve antes de jubilarme fue por la zona de la sierra pobre de Madrid, el dueño de una cadena de gasolineras había matado a un rumano por la noche. Los familiares pidieron la libertad pero había el riesgo de que se coaccionara a los testigos, rumanos pobres en su mayoría o que hubiera una venganza… Pareció mejor, aún con dudas, mantener la prisión provisional.

–Llama la atención que España sea un país con criminalidad por debajo de la media europea y sin embargo tenga un número tan grande de presos.

–Esto es algo que quiero investigar –he empezado en 2010– con los datos que puedo manejar: analizar los homicidios. Y es que hay muy pocos homicidios. La mayor parte se producen en peleas y no había intención de matar. También es verdad porque funcionan muy bien los servicios de asistencia sanitaria inmediata. Con víctimas con heridas muy graves, llega a tiempo enseguida y no mueren. Y que es un país con pocas armas: se usan cuchillos o botellas. Las armas de fuego están en contextos criminales específicos: sicarios, mafias, grupos organizados…

Hay demasiados presos en relación con los delitos. Suelen ser por tráfico de droga, como correos… Un delito con capacidad de maldad muy reducido. Hay que tener en cuenta que existe un sistema lineal de distribución desde Barajas y que cada semana puede que la Guardia Civil detenga en el aeropuerto a una media de treinta personas, Imagínate lo que es esto al año. Si esa partida desapareciera las cárceles casi se vaciarían. También están muy castigados los robos con intimidación, que puede ser con un arma simulada. Como lo que se castiga no es la cantidad robada, ni el tipo de arma, sino la intimidación… Los otros delitos son casi irrelevantes. Sí, se producen, pero no son frecuentes.

–¿Crees que el objetivo de la pena de cárcel es la reinserción?

–No es el único. Hay jueces que piensan que hay otros objetivos como la proporcionalidad entre el daño y la pena. Es una interpretación de la ley que ha tenido éxito por ETA. La sociedad reclamaba el cumplimiento íntegro de las penas y como consecuencia ETA ha focalizado un problema que no configuraba la estructura común del crimen del país.

–¿Es real la reinserción?

–Todos los seres humanos estamos continuamente cambiando. Yo sí creo en la posibilidad de cambio. Puede haber determinadas personalidades que han aprendido prácticas que determinan una emotividad psicopática, sin sentimientos, sin estructura de compasión. De estos casos no hay suficiente conocimiento. Son minoría. Y si la cárcel no estuviera tan poblada sería más fácil estudiar estos casos.

–¿Y los menores?

–Es correcto mantener una regulación penal para los menores mucho menos invasiva que la de los adultos. Debemos preocuparnos de que un proceso de maduración para el delito que se está dando entre los jóvenes. Hay que volcarse mucho en el trabajo preventivo, en la escuela, en los medios educativos, en la familia para que no se den casos de crueldad, de vejación, de violencia entre los niños. Decía Mandela que todos aceptamos que la violencia es constitutiva de la humanidad pero no hay por qué aceptarlo. Lo mismo que otras cosas han desaparecido puede desaparecer la violencia.

–Demasiado idealista…

–¡Quién iba a pensar que se acabaría la esclavitud, por ejemplo! O que la lucha por la igualdad de la mujer tendría algún éxito… William Wilberforce durante 18 años presentó periódicamente mociones anti-esclavitud en el parlamento británico hasta que consiguió la abolición de la trata. No nos damos cuenta de que el mundo cambia gracias a los idealistas. Mohad Junnus dice que no hay por qué aceptar que tiene que haber pobreza. Tal vez dentro de un tiempo existan “Museos de la pobreza” y los visitantes se avergonzarán de haber mantenido en la pobreza durante tanto tiempo a una gran parte de la humanidad.

Ha sido abogada, juez de instrucción, juez de vigilancia penitenciaria, decana de Madrid, vocal del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y presidenta de la Sección 17ª de la Audiencia Provincial de Madrid. Cofundadora de Jueces para la Democracia, ha desempeñado además el papel de miembro del Grupo de Trabajo de la ONU sobre detenciones arbitrarias. Hablamos de su trayectoria profesional y, sobre todo, de lo que puede y debe hacerse para mejorar la Justicia y el respeto a los Derechos Humanos.